miércoles, enero 25, 2006

Casa rural y aluflipe

EN este mundo virtual en el que las cosas son, pero sobre todo parecen, la vida, esa puñetera impostora, se empeña tercamente en dar la razón al refranero tradicional y a todas las corrientes filosóficas, por dispares que se antojen, como si se pudiera ser yanqui y confederado a la vez, y no estar loco.
Siempre hay un motivo para usar nivea y un argumento para apuntalar una ideología. A los presocráticos nos debemos y en el espejo de Nietzsche nos miramos sin pudor cuando aludimos al eterno retorno, a la vuelta a la tradición, a lo auténtico. Y en esa búsqueda del tiempo perdido los mortales entretienen su angustia volviendo al campo del que huyeron sus antepasados.
Ha surgido una nueva especie, los ecologistas a tiempo parcial. Y para ellos, a la vera de la senda del bucolismo han proliferado los albergues, casas y hoteles rurales. Para relajarse el fin de semana, dicen. Para desconectar. Para oír el silencio. Algunos, con gusto. Otros, el timo de la estampita. Y es que a un urbanita le alojas en un establo y aluflipa.
El mundo industrializado y global restringe el ámbito agrícola a lo meramente utilitario. Sobra cuota lechera y te pagan por sacrificar a las vacas. Que nos vamos a comer los rábanos de Francia, pues pagamos a los nuestros por no plantarlos. La Unión Europea ha destrozado la anarquía productiva. Ahora todo está reglado. Menos mal que a los antiguos ganaderos y agricultores les queda la opción de aderezar sus hogares y ofrecerlos a los turistas de fin de semana.
«Qué descansada vida / la del que huye del mundanal ruido...», escribía Fray Luis de León en su Oda «Vida retirada». Fray Antonio de Guevara apostaba de alguna manera por las casas rurales en «Menosprecio de corte y alabanza de aldea». No hace falta haber leído a los frailes para poder disfrutar, como neodominguero del siglo XXI, de los mugidos de las vacas, los cacareos de las gallinas y de las bostas de los caballos en los caminos.
Se trata de miniparques temáticos porque el campo ya no existe desde que la ingeniería reina hasta en los barbechos. Se pueden plantar cebollas en la azotea y kiwis en Valladolid, criar esturiones en Murcia y mezclar churras con merinas. Ya nada es como antes, pero siempre nos quedará una casita rural para poder aliviarnos en el campo.

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