miércoles, enero 11, 2006

Leyendas urbanas

ANDA sobrecogida la mitad de la población extremeña de Alburquerque por la presencia en sus calles de la pantaruja, leyenda urbana representada por un espantajo ataviado con túnica blanca, peluca y antorcha (algo así como un Rappel embolado). Y es que la otra mitad reniega del cuento. Emerge desde el túnel del tiempo el otro lado de la realidad.
Hace doce años los habitantes de la citada localidad resolvieron el enigma sin ayuda del comisario Castilla. Era un bromista. Vaya cachondo. Se llevó de recompensa una tunda de golpes. Ahora le ha salido un imitador.
A la vera de lo mágico florecen chamanes posmodernos, milenaristas ávidos de audiencia, fama, atención y, sobre todo, pastizara. La historia nos enseña que los druidas siempre se han aprovechado de la buena fe de las gentes. Los misterios sin resolver esconden el miedo a lo insondable. La superstición es un antídoto contra la muerte, una apuesta contra el vacío.
Los Panoramix del siglo XXI ofrendan marmitas desde las ondas o el papel. Se atribuyen el papel de testigos, pero suelen estar implicados en los fraudes hasta el fondo del cazo. A los ciudadanos les gusta creer en fantasmas porque prefieren olvidarse de los verdaderos demonios: la enfermedad, la hipoteca, el desamor, la soledad, el estatuto, la ley antitabaco... Este episodio recuerda lejanamente a otro que se dio hace dos décadas (veinte años no es nada, pero se notan en la cara y en el alma). Se trataba de El linterna de Almendralejo. El sátiro en cuestión se dedicaba a espiar a las parejas en sus momentos más íntimos. Cuentan los rumores que incluso se atrevió a palpar las partes pudendas de algún amante descuidado. Ricardo Domínguez, maestro de periodistas, nos lo contó entonces en estas páginas.
Las leyendas urbanas (psicofonías, caras de Bélmez, conexión ETA-11-M, las armas de destrucción masiva en Irak, la alianza de civilizaciones) sirven para marear la perdiz. Mientras andamos ocupados en la mermelada de Ricky Martin, los misterios de Ochate o la fogosidad de Ana Obregón, los malos se escapan a galope tendido hacia la impunidad. Más quisiera José Bono que en los cuarteles se hablara de ovnis, pantarujas y santas compañas y no del título VIII de la Constitución.

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