jueves, noviembre 17, 2005

Masa y poder

ACÁ en España todos los que creen que le dan al cerebro se confiesan discípulos de Ortega, el socio de Gasset. Yo prefiero leer a Ortego, Enrique, porque la sabiduría va de los estadios a los bares y sólo algunas veces se detiene en las universidades. El autor de «La rebelión de las masas» diseccionó con lucidez el panorama desolador de su época y lo que vendría. Pero uno no se puede fiar de un pensador que augura la inmediata desaparición de las modas de ir a la playa y ponerse en traje de baño. También don José era esclavo de sus palabras.
Nadie ha descubierto todavía por qué el secreto del buen gobierno reside en la masa. Viene a ser como el sexto polvo. Todo el mundo habla de él, pero pocos expertos saben de qué trata. Desde palcos y miradores resulta difícil desentrañar todas las partículas elementales que animan al individuo a sumarse a otro y unir esfuerzos, aunque sea momentáneamente.
Esta España profunda y paranoica, mágica para tirios, incomprensible para troyanos, ha conseguido igualar a todos sus súbditos debajo de una pancarta. Españoles todos, putas, obispos, chinos de Lavapiés, mineros, agricultores, transportistas, pescadores, «okupas», sindicalistas, pacifistas, republicanos, separatistas, unionistas, padres, madres, hijos, homosexuales, heterosexuales, transexuales y demás salen periódicamente a la calle a gritar, a llorar, a pedir lo que es suyo y lo del inglés. Unos acuden a las manifestaciones como el que va al trabajo. Otros prefieren el fútbol. Incluso alguno lee a Shakespeare.
El pancartismo y el amontonamiento popular ya no es de izquierdas. Nunca lo fue. Pero la memoria no parece el punto fuerte de los políticos. Y si les quedan recuerdos, les falta vergüenza.La protesta cotidiana retrata a países en ebullición. Quizás en Noruega casi nadie se manifiesta por nada, y menos en invierno. Entre la crispación animada y la aburrida aceptación de nuestro sino, los pueblos calientes prefieren la marcha.
Arden las calles al sol de poniente. De momento sólo es una metáfora. Pero, tras la descripción objetiva de que al Gobierno se le sublevan los ciudadanos, en algún caso tal vez se esconda el deseo de un tiempo absolutamente tranquilo, sin huelgas, sin voces. El resto es silencio.

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