lunes, marzo 27, 2006

Nada es permanente

Parece que ahora sí. Pero nada es definitivo, ni siquiera la muerte. Nada es permanente, salvo lo que te hacen en las peluquerías.

jueves, marzo 23, 2006

Hágaselo todo usted mismo

A veces la nostalgia no resulta una, roja y gualda e indivisible. A veces, a ráfagas, el blanco y negro trae más vida y cromos y niñez y las cosas en su sitio. No siempre el tiempo pasado fue mejor, vaya axioma, pero tampoco los momentazos modernos suponen felicidad a raudales.
Hubo una época en que éramos más pobres y felices, pero cuando mi padre quería repostar gasolina para que el 127 amarillo con la capota negra nos llevara al pueblo de mi madre siempre había un empleado para facilitar la labor. En aquellos entonces a nadie se le hubiera ocurrido coger la manguera del surtidor y servirse una ración de combustible.
Incluso cuando el color empezó a imponerse en esta parte de Europa, uno podía comprar naranjas sin necesidad de enfundarse unos guantes, elegir una bolsa, escoger el género, introducirlo en el recipiente, lacrarlo y pesarlo. Solamente había que pagar. Y era, como quien dice, ayer mismo.
Y en los grandes almacenes se desvivían (con exceso) por cumplir con el cliente. Ahora hay que perseguir a los dependientes para que te atiendan. Y si pides un consejo casi mejor hacerlo al oráculo de Delfos porque pueden saber de la mercancía lo que Zapatero de relaciones internacionales o Zaplana de tacto o Acebes de manejo de crisis o Maragall de templanza.
Los filósofos de la posmodernidad se hartaron de diseccionar (más literariamente que otra cosa) los tiempos que nos han tocado... la sociedad transparente, la era del vacío, del ocio, la aldea global... Parole, parole, que cantaba Mina. Lo que verdaderamente define a estos años que corren delante de nosotros es la imposición del hágaselo todo usted mismo: gasolina, manzanas, vídeos, mobiliario, declaración de la renta... todo absolutamente todo nos lo curramos nosotros, sin que el Estado y el empresario de turno se acuerden de rebajar del precio nuestro esfuerzo laboral. Es el timo de la autosuficiencia, del onanismo mercantil. Nos hacen creer que podemos hacer todo nosotros solos, sin ayuda de nadie. Pero realmente nos sobrecargan con un trabajo que ellos estarían obligados a hacer. Cuando charlo con un surtidor en una estación de servicio me siento como un lancero bengalí, un ulano o el explorador de un planeta que no existe.

viernes, marzo 17, 2006

Diferencias

Está claro. Todos no somos iguales. En Francia, los jóvenes (algunos) protestan contra la ley del Primer Empleo. En España, sus coetáneos (la mayoría) se citan para un megabotelleón intergaláctico.

miércoles, marzo 08, 2006

La rebelión de los parquímetros

DE toda la vida de Dios, sobre el SER se han escrito miles de tratados sin que a estas alturas del partido sepamos muy bien en qué consiste. Todo el mundo, a su manera, se ha preocupado del problema existencial: de la fruslería sartriana al argumento ontológico de Heidegger, del verbo de los poetas a la medicina más cartesiana, del irracionalismo de todas las religiones a la lógica aplastante del ciudadano común.
Pues ahora resulta que se trata del Sistema de Estacionamiento Regulado (en castellano corriente, parquímetros) que el Ayuntamiento de Madrid pretende extender, con la sutileza de un luchador de sumo, a algunos distritos de la capital hasta ahora exentos de este vasallaje. El procedimiento, de uso común en otras capitales y países, ha inflamado los ánimos de los vecinos de Carabanchel Alto, el Barrio del Pilar y Hortaleza hasta el punto de provocar una rebelión, más conocida como la revuelta de los parquímetros. De la manifestación, más o menos civilizada, se ha pasado a la guerra de guerrillas contra el instrumento en cuestión.
Las ansias recaudatorias de todos los políticos que en el mundo han sido, democráticos o no (caudillos, faraones, micados, trujillos y alcaldes varios), producen a veces justa cólera popular, que pierde su posible legitimidad cuando se convierte en vandalismo.
Madrid está levantada (y no parece sólo una metáfora) entre el tocapelotismo constante de los unos y la demagogia vocinglera e insustancial de los otros. Pero destruir parquímetros es como romper urnas, distintos ejemplos de la misma barbarie. Y jalear a los bárbaros, más que bufonesco se antoja gravemente irresponsable.
Volverán las elecciones, serenas, claras, a poner a cada uno en su sitio de la pequeña historia de los seres y enseres urbanos. Mientras tanto queda la protesta, el asociacionismo, el debate político... Los «hooligans» no son de aquí.
En medio de la encarnizada batalla civil y partidaria se sitúan los pobreticos parquímetros, víctimas del cesarismo de unos y de la brutalidad de otros. Ellos sí gozan de autoridad moral para rebelarse, como espartacos, contra el sinsentido.