jueves, mayo 18, 2006

Memoria del subdesarrollo

Nunca se sabrá cuánto queda para el apocalipsis. Por si las moscas, conviene estar integrado en el paisaje y pasar inadvertido. Existen algunos trucos: jugar al rasca y gana, estudiar hasta comprender las normas del programa televisivo «Supervivientes» o simular que uno es tan tonto como los que le rodean (de tanta impostura se termina bordando el oficio).
A falta de que cambien los mapas (nada es eterno, ni siquiera las treguas), el panorama de las ciudades de la otrora nación española ofrece un aspecto desolador. Alcaldes, ministros, consejeros, concejales y hasta presidentes de asociaciones de vecinos compiten por dejar sus respectivas zonas de influencia irreconocibles hasta para la madre que las parió. Hijos de la Logse, confunden tirios con troyanos y modernidad con obras públicas a diestro y siniestro. Las grandes urbes del mundo moderno de verdad cambian, pero con rápida cirugía. Cuando la herida está abierta mucho tiempo, el cuerpo no volverá a ser sano. Tener las ciudades patas arriba es una metáfora del subdesarrollo (o del desarrollo a media luz).
Portugal, un país admirable, presenta siempre la misma estampa. Hace veinte años que lo están restaurando. Y dentro de veinte años seguirán, la frente marchita, las excavadoras más viejas y el fado tan triste. Y así somos nosotros, que nos creemos los dueños del mundo.
Cambiando de tercio, todos tuvimos abuelos. Las cosas de la genética. Mi abuelo materno y los más valientes de su pueblo (Cáceres, años treinta), huyeron al monte para no ser reclutados. Luego se dedicó al estraperlo. Mi abuela nos relataba el miedo que pasaron cuando la guardia mora asomó por los cerros. Murieron votando al Gobierno de turno no fuera que les quitaran la paga. Mi abuelo paterno, en un lugar de La Mancha cuyo nombre no viene a cuento, sirvió en las filas republicanas porque así le tocó. Fue camillero y no conoció a Hemingway. Pudo librarse de entrar en combate. Mi padre, su hijo, aprendió de rapaz a distinguir rojos de nacionales, y saludaba a los primeros con el puño levantado y a los segundos con la mano alzada. Rojos y azules. Fueron tan héroes y tan villanos los unos como los otros. Pero que sus nietos los saquen de las tumbas como arma arrojadiza resulta pornográfico.

lunes, mayo 08, 2006

Sobre la naturaleza de la palabra

SOBRE LA NATURALEZA DE LA PALABRA Y OTROS ENSAYOS
OSIP MANDELSTAM
EDICIÓN DE MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ SANJUÁN
TRADUCCIÓN DE JOSÉ CASAS
ARDORA. MADRID, 2 005
128 PÁGINAS
7,70 EUROS

"Éste es el único país que respeta la poesía: matan por ella", comentaba Osip Mandelstam a su mujer y resumía así el trato del comunismo a la disidencia. Mandelstam ha pasado a la caprichosa historia de la literatura por el oprobioso silencio al que le sometió la dictadura estalinista. Triste sino el del poeta, convertido en símbolo de la resistencia de la palabra gracias a sus versos invisibles. Desde una fosa común en ninguna parte nació la conciencia de su obra, que ha resonado con fuerza hasta convertirse, después de su muerte, en escritor de culto. Este volumen recoge siete ensayos escritos y publicados entre 1910 y 1925, en los que desgrana su credo artístico. Fundador junto a Anna Ajmatova del movimiento acmeísta, Mandelstam se oponía fieramente al futurismo (andamiaje de la poesía en boga en Rusia, de la que hasta su máximo representante, Maiakovski ,terminó renegando) y a las excrecencias del simbolismo, porque creía en el significado exacto de las cosas. Además apuesta por la cultura clásica como fuente de inspiración. No parece extraño que nunca estuviera de moda, como deja patente en sus artículos, donde disecciona la poesía de su convulsa nación.

lunes, mayo 01, 2006

La fala galega y el nardo de Bernardo

Lo reconozco. Nunca oí nada semejante. ¿Que en tres pueblos de la Sierra de Gata se habla gallego? ¿No será portugués mal hablado? Qué atrevida se antoja la ignorancia. Ni los títulos universitarios (periodista y filólogo) ni la herencia (madre extremeña) han sido suficientes para que supiera de la fala galega en Extremadura.
Aunque sigo aspirando a no morir nunca, creo que he rebasado ya la mitad del camino (cuánto Petrarca hay en nuestras vidas). A pesar de ello no me importa reconocer mis vacíos (muchos) y lagunas (las de Ruidera y otras). Molesta quizá un poco que tenga que ser Anxo Quintana, vicepresidente de la Junta gallega, el que aporte nuevo material informativo a mi ya casi saturado disco duro cerebral. Reconforta, en cambio, que Alfonso Armada haya devanado el pasado domingo, en un esclarecedor reportaje, los hilos de la rueca de la polémica que enfrenta a nacionalistas gallegos con los socialistas extremeños.
Duele constatar que con demasiada frecuencia aquí, en Murcia y en Sebastopol son los menos dotados los que llevan las riendas. No me importa admitir entre mis asuntos de tertulia de mesa-camilla el asunto de la fala extremeña, siempre y cuando se incluya también en el orden del día un intercambio de opiniones sobre la flauta de Bartolo, la carabina de Ambrosio o el nardo de Bernardo.
Cambiando de tercio. A veces parece muy difícil la condescendencia con el género humano. El mismo día que aparecía en estas páginas el escrito de Alfonso Armada sobre el «otro gallego», Madrid «celebraba» su maratón popular. Ahora que he descubierto —nunca es tarde— que es palabra masculina, pero a veces femenina (ya casi nadie se moja en nada), he comprobado también que 13.000 personas (ciudadanos del mundo) corriendo en calzoncillos o en bragas resulta motivo suficiente para cortar el tráfico en Madrid durante varias horas. Reivindico, con la humildad del eremita, una gran marcha de aficionados a las películas porno. Seguro que somos más de un millón. Espero que cuando paseemos por las calles, aunque sea más vestidos que los maratonianos, supriman la circulación rodada al menos durante varios días, en justa correspondencia numérica con el fervor de nuestra devoción.