jueves, diciembre 01, 2005

Hamlet y el AVE

LA vida aparece tan sembrada de dudas que a veces se asemeja a una obra de teatro. Tantas preguntas sin respuesta, tantas deudas sin satisfacer, tantas promesas sin cumplir, tanto arroz para tan poco pollo...
Se construyó el AVE a Sevilla porque Felipe González y Alfonso Guerra nacieron en Andalucía o porque el Gobierno de entonces quería paliar el déficit de infraestructuras que desde siempre ha aquejado a esta comunidad? ¿Se acordaron aquéllos de otras regiones pésimamente comunicadas con el resto del imperio? ¿Tiene que ver la reciente inauguración del AVE a Toledo con que José Bono ocupe un ministerio?
¿A quién cargamos la culpa de que la capital del «oprimido pueblo catalán» no disponga aún de tren de alta velocidad? ¿A la torpeza de Álvarez-Cascos? ¿A Franco? ¿A «Aquí hay tomate»? ¿Al Real Madrid? ¿A Lola Flores? ¿A los productores de cava? ¿A los inmigrantes?¿Por qué siempre sale a escena un ecologista o un romántico trasnochado que se opone al futuro? ¿Son más importantes para el devenir de la historia las abubillas que las personas? ¿Corren peligro los vagones o las locomotoras de contagiarse de la gripe aviar? ¿Se llega antes en preferente que en turista? Como cantaba Bodilo, inspirado sin duda en algún haiku, la respuesta a todas estas preguntas hay que buscarla en el viento.
Eso sí. Nuestros trenes ya no son los mismos. Nosotros tampoco. No hacía falta ejercer la poesía para darse cuenta. En el túnel de la memoria, iluminado a capricho, se han quedado para siempre el traqueteo lento del vagón pasando el puente, las horas muertas intentando cazar amaneceres que nunca se quedan quietos, la tartera y su tortilla familiar, las eternas paradas en estaciones desvencijadas, las demoras...Los trenes se parecen a sus países, como las mascotas a sus amos.
El AVE, aparte de mamoneos provincianos y comisiones a espuertas, ha transformado los hábitos de los españoles. El rito viajero ha cambiado. Cuestión de tiempo, espacio y relatividad de las distancias y las cosas. Verdad, verdad. Hemos adelantado una barbaridad, unas veces por la izquierda, otras por la derecha. Aunque siempre nos comportaremos como extraños en un tren.

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