jueves, abril 20, 2006

Tuve una novia de memoria extraña

Yo tuve una novia de memoria extraña. Sólo se acordaba de mis besos cuando el humo y el alcohol cegaban sus ojos. Durante mucho tiempo pensé que era un truco para rechazar la nostalgia de noches de locura, pero los manuales de psiquiatría no dejaban lugar a dudas. Tenía un lío con Korsakoff, cuyo síndrome provoca pérdida de memoria profunda.
La memoria parece un castigo. Sólo el olvido nos puede librar del dolor de estar vivos. En el término medio se sitúa la memoria selectiva. Luego están los desmemoriados, como el nieto del capitán Lozano, que intentan reescribir la historia. Joder, señor Rodríguez, a la República se la cargaron los republicanos. Lea más, mucho más.
Mi mujer dice, como Candela Peña, que tiene la memoria justa para pasar el día. Supongo que por eso pasa por alto los agravios diarios de la convivencia. Tal vez no sea la única. Salvo los que se atormentan por gusto, los humanos tienden a tener la memoria de un pez. Eso salvará a Ruiz-Gallardón. Nadie se acordará del infierno en que se ha convertido Madrid durante años cuando lleguen las elecciones municipales. Y si además las obras están felizmente terminadas, pues olvidadizos todos. Gracias a la amnesia colectiva la patética oposición del PSOE en Madrid seguirá logrando votos, muchos, porque son legión los españoles que cuando se levantan no rememoran las insensateces de unos políticos más cercanos a los hooligans que a los profesionales.
Olvido y ceguera acompañan en los últimos años a los ciudadanos de Marbella. Las corruptelas y las mafias no son invisibles. Acampan entre nosotros. Volver a votar a delincuentes probados como Jesús Gil esconde una terquedad rayana en la complicidad. Sólo desde el más absoluto de los olvidos y la más despiadada de las ignorancias se puede reivindicar la II República, a Franco, a Hitler, a Julián Muñoz.
Y esa falta de recuerdos permite levantar un dique contra la tristeza. Por eso Barreda ganará en Castilla-La Mancha, por encima del dolor ardiendo de un extraño incendio y unas extrañas circunstancias. Porque preferimos la supervivencia a la lucidez, Manuel Chávez (Chaves, perdón) repetirá, si quiere, mandato en Andalucía.

jueves, abril 06, 2006

De taxistas y tópicos varios

TODAS las generalizaciones son odiosas. Vale. No todos los alemanes que vivieron en el III Reich fueron nazis entusiastas. Pero casi. Tampoco los brasileños se dividen solamente en putas y futbolistas. Aunque cuando la samba suena... Marbella tiene los políticos que se merece porque fueron sus ciudadanos los que avalaron con sus votos a los mafiosos. Sin embargo, siempre se está a tiempo de rectificar.
Islamismo es un concepto que no suele casar con tolerancia, derechos humanos y democracia. Aquí se topa uno con más dificultades para hallar los matices que nos liberen del totalitarismo dialéctico. Tal vez, con el paso de los siglos, esta enojosa globalización deje paso a nuevas formas, menos sectarias, de canalizar el hecho religioso.
En cuanto a tópicos, los taxistas se suelen llevar el gordo, las aproximaciones y el reintegro en el sorteo de la lista de agravios ciudadanos. A saber. Existen dos tipos de trabajadores del taxi: los normales y los que imponen sus normas y trucos en los aeropuertos, especialmente de las grandes ciudades.
También los hay maleducados, fingidos ignorantes de los trayectos. No son solidarios pues pugnan entre ellos por un cliente como caimanes. Y se pasan las paradas por el forro. Incluso alguno desconoce las virtudes de una ducha tempranera. Junto a seres normales en el planeta taxi cohabitan hoscos personajes que se enfurruñan cuando se les saca de su zona de influencia.
Son individuos de malas costumbres. Suelen escuchar emisoras donde vociferantes diablos de Tasmania insultan al mundo entero y parte del universo. Un taxista cabreado, sudoroso y con la radio puesta a primera hora de la mañana puede resultar un suplicio.
Los tópicos, aparte del de Cáncer y Capricornio, esconden verdades, pero también mentiras. Al lado de estos personajes descritos uno encuentra amables taxistas (sobre todo en poblaciones pequeñas), empleados o propietarios, hombres y mujeres, españoles o extranjeros al volante que se ganan la vida a golpe de taxímetro sin llorar por las esquinas. Todos los taxistas no son iguales, pero los hay más iguales que otros.